Era un
sábado común. Me desperté bastante tarde, hice mis cosas en la casa como todos
los días que se puede. Comí tarde también, viste que cuando no tenes nada que
hacer los tiempos son distintos, todo es más relajado. Tipo cuatro de la tarde,
salgo muy tranquilo para la plazita de Colón y Dorrego, es la plaza de los Ases
del carnaval, es la plazita donde las patadas tienen tres colores, donde las
piruetas son negras, rojas y blancas, es la plazita donde la música de fondo no
son niños riendo y gritando, sino que son bombos y platillos que marcan el
ritmo para la danza popular más bella de todas. De ese lugar salis con mucha
energía, te llena el alma la murga, pero mi relato nada tiene que ver con mi
murgón. Te sigo contando antes de desviarte la atención.
Al salir de
la plaza, me dirijo a un cumpleaños de una primita de mi novia, pocas veces la
vi en mi vida, no conocía a nadie. Para seguir con el hilo de la narración te
cuento que el primo de mi novia, Pablito, hacía meses que no iba a la murga. Ese
día fue y no solo que fue a la murga, sino que vino para el cumple con
nosotros. El horario jugó una mala pasada para nosotros ese día, teníamos que
llevarlo a ensayar con su banda en una zona que a priori me era familiar, pero
no estaba seguro de lo que pensé cuando me dijo a que calle íbamos. Salimos del
cumpleaños, nos dirigimos en el auto, hasta ahí todo tranquilo. Los recuerdos
empezaron a aflorar al entrar al barrio, cuando el auto dobló en la calle
Ayolas pensé en las vueltas que tiene el destino y hoy con esa inquietud de
buscarle alguna explicación a lo que viví, busqué la palabra “destino” en un
diccionario casero, el mismo arrojó:” Situación a la que llega una persona de
manera inevitable como consecuencia del encadenamiento de sucesos.” El auto se
detuvo en la casa de entrada antigua, con un pequeño parque y con el frente
revestido de piedra, la misma se encontraba al lado de la casa de Nico y al
lado de lo de ely, la que tenia un monito tití, una cosa de locos, pero real.
Esa casa tenía una mesa de pool y no la usaban, va, mejor dicho si la usaban,
pero la usaban como una mesa común, una mesa para apoyar la ropa que vendía,
esa que traída valla a saber uno de donde, pero ese era su fin, una cosa que
para mi era inentendible. Volviendo a la casa del ensayo, te puedo decir que
estaba en la misma cuadra que la casa “del Emi”, el hijo de mimí, la que nos
guardaba siempre una caja grande para los 24 y 31 de diciembre, para que
juntemos todos los cohetes, la que nos escondía cuando alguno se mandaba alguna
cagada.
La casita
esta que te digo tenia en la esquina al “Liverpool”, tomá mate. Nada de lujos
eh, era un bar que de glamour tenia solo el nombre, era el típico bar de
barrio, de barrio humilde, donde los viejos laburadores del barrio se juntaban
a leer el diario antes de salir para la fabrica, donde los fines de semana se
jugaba a las cartas entre vecinos, pero que de noche.. Mamita, te la regalo.
La casa,
volvamos a la casa en cuestión por ahora. A dos casa, para el lado de
Valentini, estaba la casa que los dueños venían en verano solamente, entonces
que hacíamos los pibes del barrio? Si, le hacíamos sonar la alarma todos los 24
y 31 de diciembre con los cohetes que juntábamos en lo de Emiliano. Todo estaba
igual de la vereda de enfrente, la que más conocía yo. Empezando de la esquina
tenemos: la casa de los viejitos que nunca nos quisieron, así que esa casa no
cuenta. Le sigue la casa que usábamos para escondernos en esas tardes otoñales
de eternas escondidas y manchas por la cuadra, siempre y cuando “Bernardon” no
estaba durmiendo la siesta, era sagrada para él. Pegadito viene la casa de
Norma De Angellis, una diva. Pero aunque tenia delirios de diva era copada la
vieja, nos cubría siempre, era la que se infiltraba en el grupo de las mujeres
que pretendía mojarnos cada febrero, cuando el carnaval llegaba. Después de lo de
norma, venia la de la gorda Pozzi, pobre, todo el barrio la conocía así, era la
que sufría la rotura de flores con los petardos que juntábamos con Emi y todos
los chicos. La siguiente casa la salteo porque es especial para mí y volveré luego
para describirla, pero la uso para contar que al lado estaba la casa de José
Alberto. Pobre, tres hijas tenía. Creo que fueron la alegría de varios de los
chicos del barrio y además eran gallinas, yo creo que no vivieron después del
descenso con Belgrano la última temporada. Por ultimo la casa de Pablito,
Javier, la zinguería y una especie de baldío en la esquina, ideal para hacer
una canchita de dos contra dos o un “mete gol va al arco”
Para que te describí
todo esto sin mencionarte aun el fin de mi relato, ahora va. En el párrafo
anterior, después que te conté lo de la gorda Pozzi te acordás? Bueno esa casa
te la saltee. Esa casa es una de las que más cambió. Donde estaba la despensa,
ahora hay una entrada para autos, presumo que es un garaje para dos autos
tranquilamente. El árbol de los coquitos venenosos que jamás me dejaron comer
ya no esta, la canilla, fiel amiga en los carnavales de bombuchas con sal y
pimienta para que pique y baldazos de agua con barro, tampoco está más. El frente
de la casa ya no es el mismo, ya no tiene el característico ladrillo a la
vista, solo algunos detalles son los que hacen que mis recuerdos se disparen.
Desde el auto logro ver en la oscuridad algo que me llama la atención, la
puerta. La puerta podes creer que era la misma? Era de esas que tienen una
ventanita en la parte superior, con rejas en forma de rombo, obvio porque el barrio el ultimo tiempo se
había puesto bastante áspero. Y sabes que, ahí me quebré. Una cantidad de
sensaciones distintas se me vinieron a la cabeza y sentí algo muy fuerte en el
pecho. Cuando me di cuenta que era, ya se me habían caído varias lágrimas sin
darme cuenta. Era la casa de mis abuelos la que estaba viendo, era la misma que
cobijo a dos de los grandes amores de mi vida, a mi vieja y a mi abuelo. Era la
misma ventanita por donde se asomaba la abuela Mirta cuando le tocabas el
timbre, era el mismo escalón con el cual tire las primeras paredes de mi vida
con una número cinco, era la misma vereda que te devolvía la pelota
endemoniada, era la cabina del medidor del gas donde me sentaba a admirar a
viejo José, a mi abuelo, cuando lavaba el Dodge 1500 verde o cuando simplemente
cortaba el pasto, era la misma cabina que servía casi de escenario para mostrarle
con orgullo a sus nietos a los vecinos mientras se le caía la baba, porque nos
amaba. Los recuerdos en ese momento se apoderaron de todo mi cuerpo, la primer
sensación fue fea al esperar por unos minutos que de la puerta de entrada aparezca
alguien que ya no va a salir por ahí, pero después los recuerdos fueron
tornándose felices, como es y debe ser la infancia, porque créeme que la mía lo
fue, pero viste como es, hay cosas con las que no se joden, por lo menos
conmigo son mis seres queridos. Y sabes que? Cambiría muchas cosas por volver a
sentir el olor a ruda de la entrada de la casa de mi abuela, daría lo que sea
para patear una tarde mas con mi abuelo, daría la plata que no tengo para
sentir el olor a las tostadas quemadas de José antes de ir a la fábrica, el
olor al mate con leche de la abuela, para volver a ver la manteca derretida en
un platito, para que se unte mejor en el pan, el aparador y el olor tan
particular que tenia y la galería donde aún retumban los tangos de Gardel y los
goles del boca campeón del 98. Créeme, hermano, no dudo ni un instante en
volver a pisar ese patio, daría de verdad todo lo que no tengo por participar
de esas charlas a las cuales no asistí jamás por la edad, mientras se cocinaba
el asado, con un gancia y una coca de por medio, y no eran para cualquiera eh,
solo los mayores podían hablar ahí, los que peinaban canas opinaban, solo los
que tenían una sabiduría propia de la gente de antes viste.
Parece
increíble que una sola imagen, que es la de una cuadra, pueda llevar a que hoy
extrañe más aun a los que no están y sienta que la herida aun no cerró, pero lo
que si cerró fue una etapa, la de la infancia, la cual quedó ahí adentro, en
esa galería que era la que contenía una mesa de ping pong improvisada, ese
patio con la pileta, el aro de básquet, el arco de futbol, los perros dando
vueltas por ahí, los tesoros escondidos que no eran más que monedas en frascos
de mayonesas enterrados, la casería de lombrices para la carnada de los tíos
cuando iban a pescar y los galpones del abuelo, que eran el emporio de la
chatarra, era imposible aburrirte en ese lugar. Hoy te describo mi infancia con
una sonrisa, porque de verdad que fue feliz, pero es inevitable que se me
vuelva a caer alguna que otra lagrima, porque añoro volver, como dice el tango.
Se que es algo imposible y eso hace que duela un poco el alma, pero si
fantaseamos un poco y se concediera ese deseo, estoy seguro que volvería y
haría todo tal cual como lo hice, exceptuando una cosa, como por ejemplo: volvería
a despertar a mi abuelo tirándole una moneda, de esas que guardaba debajo de la
cama la abuela para la suerte, desde la puerta, pero al despertarlo no saldría
corriendo hacia el patio para que no me reten, correría tan fuerte como pudiera
hasta la cama para abrazar por ultima vez a mi abuelo, para darle el beso de despedida
que le di alguna vez, reafirmarle una vez más que jamás me voy a olvidar de él
y le voy a estar eternamente agradecido por haber levantado con algunas
paredes, no solo el hogar de mi vieja, sino la casa que para muchos es una
construcción más y que para mi fue, es y será la casa que contiene mi infancia
y los recuerdos más hermosos con él.