martes, 5 de agosto de 2014

Guían mis manos.-

Hace días ya que conciliar el sueño es una tarea bastante difícil. La rutina, las obligaciones y los problemas no me juegan una buena pasada.
Alcanza con recostar la cabeza en la almohada para que la mente vuele, se atormente y no deje de pensar. Basta con cerrar los ojos para que millones de proyectos pendientes, de anhelos aparezcan como fotos en mis parpados.
Hoy no fue la excepción, no fue una buena tarde. Comenzó como tantas otras, con una cama, un poco e música de fondo, la almohada, los ojos cerrados, mi conciencia y yo.
Como hace algunos días, no logré dormirme a pesar del cansancio provocado por la falta de descanso. Hoy la causal de que no logre conciliar el sueño fue una buena noticia que entre dormido logre escuchar a lo lejos en el televisor del comedor.
Un nuevo nieto había sido recuperado. Otro argentino recuperaba la identidad. Otra abuela estallaba de felicidad y con ella todo un pueblo que no olvida. Hoy, los padres de un nuevo nieto expropiado pueden descansar en paz de una vez por todas.
La sensación de opresión en el pecho no tardo en llegar, la voz comenzó a esquebrajarse, el nudo en la garganta no dejaba emitir opinión alguna, la alegría contenida desbordaba por los ojos que de a poco comenzaban a inundarse de lagrimas contenidas y que afloran con cada reencuentro.
A menudo suelo esconder las emociones, suelo guardarme las sensaciones para volcarlas en palabras luego. Palabras que ya no se expresan, sino que salen disparadas directamente desde el corazón.
Hoy la felicidad es saber que la lucha de muchísima gente sigue en pié, el orgullo es ese pañuelo bien blanco que jamás se manchó de sangre, la nostalgia se mezcla con la bronca de saber que un abrazo se postergó por más de tres décadas, pero la alegría es creer aún estamos vivos, que no nos han vencido.
Sin duda alguna y tal vez por razones obvias, las madres y las abuelas de plaza de mayo fueron siempre mi principal fuente de inspiración. En todas ellas veo la lucha de la mía, veo la bondad, el amor y la fuerza de mi vieja.
Pocas veces creo en casualidades, creo que en esta relación tan cercana hay algo intrínseco, algo que no es tangible, algo que no se ve, solo se siente y tal vez vaya en el ADN: Sin dudas es la admiración por su lucha, por esa lucha pacífica pero férrea, esa hermosa virtud de dejar la vida por una causa.
A cada una de las abuelas les corresponde el mismo derecho a conocer a sus nietos, pero algunas lo merecen un poquito más. Ella emana una luz especial, su voz cálida y tenue inspira una paz propia de los ángeles. Ella es la de las causas nobles, las que no exigen venganza sino memoria, verdad y justicia, por sobre todas las cosas. Hoy la emoción y la alegría va por partida doble porque si alguien merecía abrazar a su nieto antes de morir, como menciono ella, es Estela de Carlotto. Un ícono, un emblema, un ejemplo, una luchadora incansable… una abuela.
El nieto 114, como lo titulan los diarios, es una esperanza, es una lucecita que nos dice que falta mucho todavía, pero que la guía sigue igual de firme que siempre. Este nieto inyecta de vida a todas aquellas que la siguen luchando y nos dan el empujoncito que necesitamos los jóvenes para no desviar el camino y apuntalar una vez más a ellas, a las incansables, “a las locas de la plaza”, a esas que sacaron fuerza de donde no la había, esas mujeres que pocas veces se les cae una lágrima y no paran de regalarnos sonrisas, no dejan de regalarnos vida.  

Hoy que me encuentro un poco perdido, sin un rumbo concreto, confío en ustedes y se que guían mis manos sus manos fuertes, hacia el futuro. Hasta la victoria siempre. Por eso digo una vez más, hoy con un dejo de felicidad y bien fuerte: Madres y abuelas de la plaza, el pueblo siempre, pero siempre las abraza.  

Federico Alcaráz