lunes, 5 de mayo de 2014

Ahí...

Una foto amarillenta, solo tres figuras, una pared pintada de celeste y un millón de recuerdos.
Desde el palo de la escoba hasta el teléfono viejo. La abuela sentada, Jere mirando la cámara y vos ahí, en el centro de la escena, con un pucho en la mano como de costumbre.
Lo primero que olvidamos de las personas que ya no están es la voz. Y cuando el ritmo de vida me hace olvidar quien soy yo, de donde vengo y hacia dónde voy es cuando miro una foto vieja y presto atención a los detalles. Es ahí donde los recuerdos aparecen como esos regalos de navidad cuando teníamos 4 o 5 años y el gordo de barba pasaba rapidísimo por la casa de los abuelos. Una palangana me recuerda las tardes de febrero donde se llenaba de bombuchas festejando el carnaval. La escoba fue el caballo más rápido y la arcada que comunicaba la galería con la cocina fue la curva más peligrosa y vos siempre ahí, en la parte central de la imagen.
La pared celeste da cuenta de que esa foto fue sacada en el cumpleaños de algún nieto varón, porque el abuelo tenía esa deferencia, nos pintaba de celeste las paredes de la casa para nuestros cumpleaños y para el cumple de Jime, de rosa, que viejo más hermoso.
Unas tablas, unos vinos blancos y dos aparatos de esos que sirven para que el asado no se enfríe me traen el olor a la leña quemándose, las picadas previas al asado, las charlas de futbol y las discusiones de política. Siento el calor de esos domingos de enero donde el patio se convertía en una cancha de futbol, de básquet, de tejo, de bochas o la más perfecta pista para las carreras de embolsados… y vos seguís ahí.
Hoy las fotos ya no son amarillentas, los libros del Che están en mi repisa, y no enterrados como en alguna época oscura de país, ya no hay charlas de futbol ni política. Ya no hay más olor a humo, ni cigarrillos después del almuerzo. Pero  está el recuerdo de quienes conocieron y me enumeran una cantidad de parecidos entre vos y yo, tan grande que hasta me mueve un poco el piso el solo hecho de pensar que yo pueda tener pequeños destellos de tu enorme grandeza.  
Hoy no hay galería pintada de celeste, ni caballos imaginarios, ni festejos de carnaval.

Hoy está el recuerdo y el orgullo de inflar el pecho ante cualquiera, la convicción y los ideales ante todo porque “el sistema siempre intenta derrotarnos, pero nunca hay que perder la dignidad” y vos siempre, pero siempre ahí, en el medio de mis días porque gran parte de lo que soy hoy se lo debo a todo eso que, sin darte cuenta quizás, me marcaste de muy chico. Hoy se que como en la foto, estás ahí, firme en el centro. El lugar que siempre vas a ocupar, el más importante.