Y cuando sentís hablar de algunos personajes, los recuerdos
que alguna vez creíste olvidados afloran como las flores en primavera. El
primer recuerdo te dispara una imagen y a esa imagen la asocias con tantas
cosas que el recuerdo empieza a tomar grandeza. Escuchas un tango del Zorzal y sentís
ese aire fresco que alguna vez sentiste en la galería de la casa del abuelo, yendo
y viniendo mientras la reunión familiar va tomando forma o tal vez fue en la
casa del tío uno de esos mediodías de pastas y los recuerdos, siguen brotando
de lo más hondo de tu alma.
Una mesa de vidrio, una especie de barra o división entre la
cocina y el comedor, que fue la montaña más alta porque de chico no llegabas a
pasarla o sirvió como el escondite perfecto para las eternas escondidas.
Un tocadiscos bien fuerte escupe las más bellas melodías que
hayas podido escuchar en tu vida. Un viejo loco te cuenta anécdotas mientras
las mujeres charlan en la cocina. Ese solcito primaveral le da un tono especial
al relato y me parece estar sintiendo de fondo a Carlitos cantando “volver”. Me
dice que “aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor” y acá
estoy. Pagando una deuda interna con alguien que te marcó de muy chico.
Cierro los ojos y veo ese galponcito, donde está la bicicleta
vieja y finita en un costado, vos parado en el centro, enseñándole a todos con gran
orgullo tu museo de Gardel. Observo los posters de tu Boca y alguno del Diego,
hermosa herencia que me dejaste con el abuelo.
Ahora Carlitos parece cantarme al oído que me perdones si al
evocarte se me pianta un lagrimón, pero no logra conmoverme, porque los
recuerdos son tan hermosos que la sonrisa opaca cualquier tristeza, aunque no
sea una sonrisa plena. Tal vez tenga la nostalgia propia del Tango.
Me enseñaron de chico a ser argentino, a defender lo mío, mi
tierra y mis orígenes. Me mostraron mi música, mi futbol y mis costumbres. Me
enseñaron sin darse cuenta que la vida era un partido de futbol y que a los
burros nunca les fué bien. Que cuando más te golpean es ahí cuando tenes que
sacar la cara, ponerle el pecho a la situación y tirarle siempre un caño.
“En caravana los recuerdos pasan, con una estela dulce de
emoción” dice el tango y mientras sigo con los ojos cerrados, ahora lo que
siento es el olorcito a salsa. La mesa está servida, el pan de horno a leña en
el centro de la mesa, las jarras con jugo para los más chicos, el vino y los
sifones de soda están listos para que las pastan salgan de la olla.
Por esos tiempos no existían las digestiones y nunca nos cayó
mal la comida por salir corriendo a la vereda para patear una pelota con mi
hermano y mis primos. En esa vereda aprendí a tirar los primeros jueguitos con
la número cinco mientras a vos se te caía la baba por ser yo el zurdito de los
más chicos.
Llegando al final miro lo escrito y veo palabras caídas como
ingleses gambeteados y le doy un tono futbolístico al relato y como no voy a
hacerlo si me encantaría volver como dice el tango o como dice la canción que
proclama una nueva vuelta olímpica como la que nos regaló D10S. Como no voy a
querer volver a esa casa del barrio Las Américas si todavía recuerdo tu voz en
el teléfono diciéndome que ponga tal o cual canal porque estaban repitiendo por
décimo segunda vez “Mi pobre Angelito”, si todavía recuerdo que ni bien te
fuiste de gira por el cielo yo pedí una foto tuya que todavía conservo para
llevarte en mi billetera donde quiera que vaya y tengo bien guardado uno de
esos gorritos que vos usabas. Porque fuiste tango, nostálgico y de perfil bajo,
solitario y muy sabio hoy te recuerdo.
Ya estoy en tiempo de descuento y solo me queda el orgullo
de tener en mi cuerpo una marca indeleble. “Para mi la vida entera”, en un
nuevo aniversario de la muerte de Gardel, con la bronca de no poder acompañarte
en el ritual de llevarle una flor a su estatua, pero escuchando un tango,
compartiendo un rato con vos de alguna forma y “quiero que sepas que al
evocarte, se van las penas del corazón”, tío.