domingo, 4 de noviembre de 2012

Con olor a Tango.-



Era un sábado común. Me desperté bastante tarde, hice mis cosas en la casa como todos los días que se puede. Comí tarde también, viste que cuando no tenes nada que hacer los tiempos son distintos, todo es más relajado. Tipo cuatro de la tarde, salgo muy tranquilo para la plazita de Colón y Dorrego, es la plaza de los Ases del carnaval, es la plazita donde las patadas tienen tres colores, donde las piruetas son negras, rojas y blancas, es la plazita donde la música de fondo no son niños riendo y gritando, sino que son bombos y platillos que marcan el ritmo para la danza popular más bella de todas. De ese lugar salis con mucha energía, te llena el alma la murga, pero mi relato nada tiene que ver con mi murgón. Te sigo contando antes de desviarte la atención.
Al salir de la plaza, me dirijo a un cumpleaños de una primita de mi novia, pocas veces la vi en mi vida, no conocía a nadie. Para seguir con el hilo de la narración te cuento que el primo de mi novia, Pablito, hacía meses que no iba a la murga. Ese día fue y no solo que fue a la murga, sino que vino para el cumple con nosotros. El horario jugó una mala pasada para nosotros ese día, teníamos que llevarlo a ensayar con su banda en una zona que a priori me era familiar, pero no estaba seguro de lo que pensé cuando me dijo a que calle íbamos. Salimos del cumpleaños, nos dirigimos en el auto, hasta ahí todo tranquilo. Los recuerdos empezaron a aflorar al entrar al barrio, cuando el auto dobló en la calle Ayolas pensé en las vueltas que tiene el destino y hoy con esa inquietud de buscarle alguna explicación a lo que viví, busqué la palabra “destino” en un diccionario casero, el mismo arrojó:” Situación a la que llega una persona de manera inevitable como consecuencia del encadenamiento de sucesos.” El auto se detuvo en la casa de entrada antigua, con un pequeño parque y con el frente revestido de piedra, la misma se encontraba al lado de la casa de Nico y al lado de lo de ely, la que tenia un monito tití, una cosa de locos, pero real. Esa casa tenía una mesa de pool y no la usaban, va, mejor dicho si la usaban, pero la usaban como una mesa común, una mesa para apoyar la ropa que vendía, esa que traída valla a saber uno de donde, pero ese era su fin, una cosa que para mi era inentendible. Volviendo a la casa del ensayo, te puedo decir que estaba en la misma cuadra que la casa “del Emi”, el hijo de mimí, la que nos guardaba siempre una caja grande para los 24 y 31 de diciembre, para que juntemos todos los cohetes, la que nos escondía cuando alguno se mandaba alguna cagada.
La casita esta que te digo tenia en la esquina al “Liverpool”, tomá mate. Nada de lujos eh, era un bar que de glamour tenia solo el nombre, era el típico bar de barrio, de barrio humilde, donde los viejos laburadores del barrio se juntaban a leer el diario antes de salir para la fabrica, donde los fines de semana se jugaba a las cartas entre vecinos, pero que de noche.. Mamita, te la regalo.
La casa, volvamos a la casa en cuestión por ahora. A dos casa, para el lado de Valentini, estaba la casa que los dueños venían en verano solamente, entonces que hacíamos los pibes del barrio? Si, le hacíamos sonar la alarma todos los 24 y 31 de diciembre con los cohetes que juntábamos en lo de Emiliano. Todo estaba igual de la vereda de enfrente, la que más conocía yo. Empezando de la esquina tenemos: la casa de los viejitos que nunca nos quisieron, así que esa casa no cuenta. Le sigue la casa que usábamos para escondernos en esas tardes otoñales de eternas escondidas y manchas por la cuadra, siempre y cuando “Bernardon” no estaba durmiendo la siesta, era sagrada para él. Pegadito viene la casa de Norma De Angellis, una diva. Pero aunque tenia delirios de diva era copada la vieja, nos cubría siempre, era la que se infiltraba en el grupo de las mujeres que pretendía mojarnos cada febrero, cuando el carnaval llegaba. Después de lo de norma, venia la de la gorda Pozzi, pobre, todo el barrio la conocía así, era la que sufría la rotura de flores con los petardos que juntábamos con Emi y todos los chicos. La siguiente casa la salteo porque es especial para mí y volveré luego para describirla, pero la uso para contar que al lado estaba la casa de José Alberto. Pobre, tres hijas tenía. Creo que fueron la alegría de varios de los chicos del barrio y además eran gallinas, yo creo que no vivieron después del descenso con Belgrano la última temporada. Por ultimo la casa de Pablito, Javier, la zinguería y una especie de baldío en la esquina, ideal para hacer una canchita de dos contra dos o un “mete gol va al arco”
Para que te describí todo esto sin mencionarte aun el fin de mi relato, ahora va. En el párrafo anterior, después que te conté lo de la gorda Pozzi te acordás? Bueno esa casa te la saltee. Esa casa es una de las que más cambió. Donde estaba la despensa, ahora hay una entrada para autos, presumo que es un garaje para dos autos tranquilamente. El árbol de los coquitos venenosos que jamás me dejaron comer ya no esta, la canilla, fiel amiga en los carnavales de bombuchas con sal y pimienta para que pique y baldazos de agua con barro, tampoco está más. El frente de la casa ya no es el mismo, ya no tiene el característico ladrillo a la vista, solo algunos detalles son los que hacen que mis recuerdos se disparen. Desde el auto logro ver en la oscuridad algo que me llama la atención, la puerta. La puerta podes creer que era la misma? Era de esas que tienen una ventanita en la parte superior, con rejas en forma de rombo,  obvio porque el barrio el ultimo tiempo se había puesto bastante áspero. Y sabes que, ahí me quebré. Una cantidad de sensaciones distintas se me vinieron a la cabeza y sentí algo muy fuerte en el pecho. Cuando me di cuenta que era, ya se me habían caído varias lágrimas sin darme cuenta. Era la casa de mis abuelos la que estaba viendo, era la misma que cobijo a dos de los grandes amores de mi vida, a mi vieja y a mi abuelo. Era la misma ventanita por donde se asomaba la abuela Mirta cuando le tocabas el timbre, era el mismo escalón con el cual tire las primeras paredes de mi vida con una número cinco, era la misma vereda que te devolvía la pelota endemoniada, era la cabina del medidor del gas donde me sentaba a admirar a viejo José, a mi abuelo, cuando lavaba el Dodge 1500 verde o cuando simplemente cortaba el pasto, era la misma cabina que servía casi de escenario para mostrarle con orgullo a sus nietos a los vecinos mientras se le caía la baba, porque nos amaba. Los recuerdos en ese momento se apoderaron de todo mi cuerpo, la primer sensación fue fea al esperar por unos minutos que de la puerta de entrada aparezca alguien que ya no va a salir por ahí, pero después los recuerdos fueron tornándose felices, como es y debe ser la infancia, porque créeme que la mía lo fue, pero viste como es, hay cosas con las que no se joden, por lo menos conmigo son mis seres queridos. Y sabes que? Cambiría muchas cosas por volver a sentir el olor a ruda de la entrada de la casa de mi abuela, daría lo que sea para patear una tarde mas con mi abuelo, daría la plata que no tengo para sentir el olor a las tostadas quemadas de José antes de ir a la fábrica, el olor al mate con leche de la abuela, para volver a ver la manteca derretida en un platito, para que se unte mejor en el pan, el aparador y el olor tan particular que tenia y la galería donde aún retumban los tangos de Gardel y los goles del boca campeón del 98. Créeme, hermano, no dudo ni un instante en volver a pisar ese patio, daría de verdad todo lo que no tengo por participar de esas charlas a las cuales no asistí jamás por la edad, mientras se cocinaba el asado, con un gancia y una coca de por medio, y no eran para cualquiera eh, solo los mayores podían hablar ahí, los que peinaban canas opinaban, solo los que tenían una sabiduría propia de la gente de antes viste.
Parece increíble que una sola imagen, que es la de una cuadra, pueda llevar a que hoy extrañe más aun a los que no están y sienta que la herida aun no cerró, pero lo que si cerró fue una etapa, la de la infancia, la cual quedó ahí adentro, en esa galería que era la que contenía una mesa de ping pong improvisada, ese patio con la pileta, el aro de básquet, el arco de futbol, los perros dando vueltas por ahí, los tesoros escondidos que no eran más que monedas en frascos de mayonesas enterrados, la casería de lombrices para la carnada de los tíos cuando iban a pescar y los galpones del abuelo, que eran el emporio de la chatarra, era imposible aburrirte en ese lugar. Hoy te describo mi infancia con una sonrisa, porque de verdad que fue feliz, pero es inevitable que se me vuelva a caer alguna que otra lagrima, porque añoro volver, como dice el tango. Se que es algo imposible y eso hace que duela un poco el alma, pero si fantaseamos un poco y se concediera ese deseo, estoy seguro que volvería y haría todo tal cual como lo hice, exceptuando una cosa, como por ejemplo: volvería a despertar a mi abuelo tirándole una moneda, de esas que guardaba debajo de la cama la abuela para la suerte, desde la puerta, pero al despertarlo no saldría corriendo hacia el patio para que no me reten, correría tan fuerte como pudiera hasta la cama para abrazar por ultima vez a mi abuelo, para darle el beso de despedida que le di alguna vez, reafirmarle una vez más que jamás me voy a olvidar de él y le voy a estar eternamente agradecido por haber levantado con algunas paredes, no solo el hogar de mi vieja, sino la casa que para muchos es una construcción más y que para mi fue, es y será la casa que contiene mi infancia y los recuerdos más hermosos con él.